[De Andeka Larrea] A partir de la visión tecnocrática que subyace en toda la llamada regeneración urbana de la villa, las calles y los lugares que conforman una vida urbana múltiple y polifacética del Casco Viejo son ignoradas en favor de la apuesta por su mercantilización. La simplificación a la que conduce hablar de «espacio público» nos remite a la invisibilización de las prácticas sociales (y, por tanto, políticas y culturales) carentes de interés económico. Se da por supuesto, desde la construcción del discurso hegemónico, que el turismo es bueno y que, por tanto, las vecinas, comerciantes, paseantes y «ciudadanos» deben colaborar de forma activa en el éxito de esta empresa maravillosa que consiste en hacer de Zazpikale un centro comercial al aire libre para el uso voraz y frenético de quienes quieran consumir, sean mercancías al uso, sean identidades folclorizadas, sean cuerpos que forman la escenografía imprescindible que dote de un significado claro a esta oferta comercial de grandes dimensiones.
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La defensa del común urbano es la defensa de la vida vecinal, de sus prácticas sociales, de las solidaridades invisibles que nacen a través de las interacciones múltiples de la vida callejera. Nada hay de nuevo en esta reivindicación del trabajo
común y, por tanto, colectivo en la tarea de impedir que las nuevas
estrategias espaciales de dominación de clase, más sibilinas y
seductoras que las clásicas, logren su objetivo de convertir nuestros
cuerpos en obligados figurantes de la máquina de producción de deseo y
espacialidad en la que se ha convertido el capitalismo de ciudad. (lahaine.org)