[De Juan Manuel Olarieta] La postura leninista frente a la guerra también se opone a los reformistas, que se convierten en un apéndice de la propia burguesía, es decir, en socialimperialistas y, por lo tanto, acaban con el internacionalismo, que es el signo distintivo del movimiento obrero.
El enemigo de la clase obrera no es otro país, ni mucho menos el proletariado de otro país, sino la burguesía propia, que es la que conduce al país a la guerra y los revolucionarios tratan de derrotar a esa burguesía, de donde deriva la consigna de «transformar la guerra imperialista en guerrra civil», a la que Lenin califica como «la única consigna proletaria justa».
«Lo que ve y siente todo obrero consciente es que, si debemos perder la vida, que sea luchando por nuestra propia causa, por la causa de los obreros, por la revolución socialista y no por los intereses de los capitalistas, de los terratenientes y los zares», escribió.
La neutralidad de los reformistas conduce siempre a la peor de las políticas posibles, la pasividad, que convierte la «lucha» contra la guerra imperialista en frases vacías, tales como «guerra a la guerra». En medio de una guerra, por reaccionaria que sea, el movimiento obrero internacional, además de tomar partido abiertamente, debe llevar a cabo una actividad práctica, revolucionaria: «Las acciones revolucionarias contra el gobierno propio en tiempos de guerra significan indudable e indiscutiblemente no sólo el deseo de su derrota, sino tambien aportar un concurso activo a esa derrota». (Movimiento Político de Resistencia)