[De Susana Rodríguez Ortega] «Una revolución no se hace en un día, pero se comienza en un segundo», pensaba Abel. Llegó a ser el brazo derecho de Fidel y el segundo jefe en todo el proceso conspirativo. Su muerte constituyó un duro golpe para el movimiento revolucionario.
Los protagonistas del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes no fueron expertos militares, sino muchachos pobremente armados que se enfrentaron a un poder superior en hombres y efectivos, pero disfuncional y carcomido por dentro.
Aunque la acción armada fracasó, marcó un precedente imprescindible de lucha y despertó la conciencia de un pueblo sediento de justicia y libertad. (guerrillero.cu)