[De Juan Manuel Olarieta] La derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial fue uno de los mayores y más trascendentales impulsos que la humanidad ha logrado a lo largo de su historia, no sólo por el fortalecimiento de un poderoso bloque de países socialistas, sino también por el desarrollo de las organizaciones revolucionarias y de clase dentro de los propios países capitalistas.
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A partir de 1945, por influencia soviética, el capitalismo entró en una contradicción; sin alterar para nada su naturaleza clasista, tuvo que admitir la penetración de nuevos principios jurídico-formales que ya no eran los mismos de la Revolución Francesa. No protegían al individuo frente al Estado sino a los explotados de los explotadores, a los oprimidos de los opresores y al débil frente al fuerte.
Aquellos principios tenían un indudable carácter de clase y se extendieron por todos los ordenamientos jurídicos de los países capitalistas. Es el caso del Derecho Laboral y la prevalencia en su seno de la clúsula más beneficiosa para el trabajador, que en España determina el art. 3.1.c del Estatuto de los Trabajadores de 1979.
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La lucha contra la discriminación racial no ha ido más allá de los repertorios legales, es decir, del papel y la letra muerta porque queda la otra parte de la ecuación: acabar con las raíces del racismo, que están en el capitalismo, el imperialismo, el colonialismo y el fascismo.
El movimiento obrero es el baluarte decisivo en la lucha contra todas las formas de opresión nacional, racial, religiosa y sexual. / VER: movimiento político de resistencia