En unas pocas horas en Iruñea se han podido ver esas dos caras. Por una parte, algo que tiene un valor extraordinario en la actual coyuntura social, política y económica. Que la juventud trabajadora a través de la acción directa tome las riendas de sus vidas y decida ocupar un edificio para así asegurarse la necesidad vital de una vivienda. Una juventud a la que se conmina a ser servil o ser apalizada mientras que ya son varias las generaciones que masivamente han visto cómo su posibilidad de tener una vivienda se veía truncada mientras decenas de miles de viviendas y edificios están vacíos.
Este grado de dependencia, llama a más dependencia en espiral debido a la necesidad de la extensión de la precarización juvenil para que se produzca la explotación en condiciones óptimas. Lo que en otras palabras significa que se están riendo a la puta cara de la juventud trabajadora vasca mientras que algunos de sus mayores y progenitores andan preocupados por el orden público (o sea, la propiedad privada) y no de unirse a ellos cuando también están siendo explotados.
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Que el debate, técnico, esté centrado en quién o qué dio la orden de desalojo, mientras se reparten institucionalmente solidaridades a policías agresores y jóvenes precarios agredidos de clase trabajadora solo es una muestra de la distancia que existe hasta el eje de transformación que pasa ineludiblemente por herramientas hoy imprescindibles como la ocupación. / Ler: BorrokaGaraiaDa