ME han convencido mis paisanos progres. Según los epítetos que me han dedicado estos días en esta prensa y en los blogs, soy entre otras cosas un xenófobo, racista, subnormal, fascista y digno hijo de Hitler. Me creía vacunado contra todo eso tras 20 años de obrero sindicalista, en el mismo tajo y trinchera con mis camaradas emigrantes.
Sentíame inmunizado después de otros 20 años editando casi mil libros en defensa de los condenados de la tierra: proletarios, presos, mujeres, negros, moros, latinoamericanos, minorías étnicas, nacionales, sexuales… Yo, que siempre he presumido de mi familia emigrante, de tener una suegra gallega y de vivir toda la vida amigablemente, pared con pared, con gitanos. Tonto de mí, no me había dado cuenta de que era un racista xenófobo.
El caso es que no es la primera vez que me lo dicen: cuando escribí un artículo contra las bestialidades de Israel en Palestina, me pusieron como chupa de dómine: era un nazi, un antisemita. Claro que también a Ibarretxe le llamaron xenófobo por su famoso plan, y hay una corriente que tilda a Evo Morales de racista por su política de apoyo a las indiadas de Bolivia. Afortunadamente, tenemos a los progres vigilantes para sacudirnos si nos salimos de lo políticamente correcto. He aquí pues mi mea culpa:
-Hasta ahora miraba a los militares, guardiaciviles, maderos, secretas y guardaspaldas como gente extraña, de semblante, apellidos, procedencias y, sobre todo, intenciones, muy diferentes a las nuestras. Precisamente porque ninguno era vasco, solía decir que eran la prueba palpable de la ocupación de esta tierra por tropa extraña. Deseaba ardientemente que se marcharan, que no echaran raíces; que la policía, de tenerla, debía ser gente de aquí, con mandosnaturales y no extranjeros tal y como rezaba el Fuero. Pero estaba equivocado. Xenófobo de mí, no entendía que eran trabajadores como cualesquier otro, venidos a esta tierra a ganar el pan pacíficamente, como mi abuelo Jose María lo hiciera en Uruguay o mi abuelo Cirilo en el Mar de Plata.
-Obsesionado con mi raza, siempre inquiría sobre el solar de origen, los abolorios y los apellidos de cuantos ocupaban los cargos en la judicatura vasca, los obispos que nos traen de casa Dios, los altos funcionarios de la Administración, los catedráticos, los políticos de aluvión, los directores generales de mil chiringuitos… Los veía llegar, acomodarse y hacerse fotocopias biológicas que, una vez prensapuradas por el Opus, engrosaban las filas del navarrismo más montaraz. Yo siempre establecía una relación entre el sometimiento de nuestro país y esas hordas extrañas y fachungas. Insolidario contumaz, no caía en que el mundo es de todos, que hay que ser internacionalista y que no hay que mirar de dónde viene el que te da la hostia.
-Xenófobo rabioso, consideraba que todo nuestro espacio de las ondas y la fibra óptica estaba copado por empresas madrileñas. Rabiaba recorriendo el dial de radios y televisiones que vemos en Navarra y maldecía al ver que las emisoras en euskera estaban proscritas; que las españolas tuvieran tantas facilidades, mientras se cerraban o se negaban licencias a cualquier proyecto comunicativo indígena. ¡Puro fascismo el mío! La libertad de expresión no tiene límites y por eso la Radiotelevisión Española tiene derecho a ocupar nuestro aire. Fijarse en la lengua que usan, el discurso que emplean o el lugar de emisión de los medios es puro sabinianismo.
-Miraba la Universidad del Opus y la veía como una mafia traída por el franquismo dedicada a unas elites que luego se enquistan en nuestra tierra con un mensaje mesiánico, navarrero y españolizante. Y defendía el derecho a tener una universidad pública y autóctona en la que se pudiera aprender también en la lengua de los navarros. ¡Qué aldeanería la mía! Ignoraba que la universidad es universal, la cátedra libre y la docencia imparcial.
-Palurdo egoísta, miraba con odio a la burguesía francesa que está comprando, casa a casa, el Laburd y la Baja Navarra. Deseaba que se perdieran en la niebla los aviones ingleses que hacen de Zuberoa una colonia británica. Lamentaba ver cómo cada vez más los apellidos extraños ocupan los caseríos de Iparralde, mientras los de apellidos vascos tienen que vender y emigrar. Creía que eso respondía a una política de ocupación socapada en la libertad del mercado. Algo similar, aunque con guante blanco, a lo que hacen los rusos en Chechenia, los judíos en Palestina o los winkas en tierras mapuches. Ahora sé, gracias a los progres, que solo son emigrantes con recursos, y que fijarse en la lengua o los apellidos de los que vienen o se van es pura xenofobia.
-Hasta ahora defendía el derecho de los emigrantes a votar y a integrarse, pero los emigrantes que trasiega el hambre, no los derivados de la ocupación, fueran éstos militares, policías, funcionarios o políticos. Me preguntaba, tonto de mí, porqué, mientras muchos vascos no pueden hacerlo, 800 españoles pueden presentarse en las elecciones de Gipuzkoa y, sin embargo, los nacidos en Senegal o Marruecos no pueden votar. Y claro, gracias a los progres me he dado cuenta de que soy un racista, porque prefiero a los negros y a los moros (y a los vascos) antes que a los españoles.
-Por último, uno era amante del rebaño vasco, con sus ovejas lachas, sus ariscas cabras y sus cabrones, que de todo tenemos. Nuevas ovejas vinieron a pastar entre nosotros: negras, churras, merinas… y les dimos el ongi etorri. Simplemente dijimos que sobraban los lobos. Gracias a los progres sabemos que eso es racismo, que todo el mundo tiene derecho a pastar. En definitiva, que el lobo español es vegetariano.
Sentíame inmunizado después de otros 20 años editando casi mil libros en defensa de los condenados de la tierra: proletarios, presos, mujeres, negros, moros, latinoamericanos, minorías étnicas, nacionales, sexuales… Yo, que siempre he presumido de mi familia emigrante, de tener una suegra gallega y de vivir toda la vida amigablemente, pared con pared, con gitanos. Tonto de mí, no me había dado cuenta de que era un racista xenófobo.
El caso es que no es la primera vez que me lo dicen: cuando escribí un artículo contra las bestialidades de Israel en Palestina, me pusieron como chupa de dómine: era un nazi, un antisemita. Claro que también a Ibarretxe le llamaron xenófobo por su famoso plan, y hay una corriente que tilda a Evo Morales de racista por su política de apoyo a las indiadas de Bolivia. Afortunadamente, tenemos a los progres vigilantes para sacudirnos si nos salimos de lo políticamente correcto. He aquí pues mi mea culpa:
-Hasta ahora miraba a los militares, guardiaciviles, maderos, secretas y guardaspaldas como gente extraña, de semblante, apellidos, procedencias y, sobre todo, intenciones, muy diferentes a las nuestras. Precisamente porque ninguno era vasco, solía decir que eran la prueba palpable de la ocupación de esta tierra por tropa extraña. Deseaba ardientemente que se marcharan, que no echaran raíces; que la policía, de tenerla, debía ser gente de aquí, con mandosnaturales y no extranjeros tal y como rezaba el Fuero. Pero estaba equivocado. Xenófobo de mí, no entendía que eran trabajadores como cualesquier otro, venidos a esta tierra a ganar el pan pacíficamente, como mi abuelo Jose María lo hiciera en Uruguay o mi abuelo Cirilo en el Mar de Plata.
-Obsesionado con mi raza, siempre inquiría sobre el solar de origen, los abolorios y los apellidos de cuantos ocupaban los cargos en la judicatura vasca, los obispos que nos traen de casa Dios, los altos funcionarios de la Administración, los catedráticos, los políticos de aluvión, los directores generales de mil chiringuitos… Los veía llegar, acomodarse y hacerse fotocopias biológicas que, una vez prensapuradas por el Opus, engrosaban las filas del navarrismo más montaraz. Yo siempre establecía una relación entre el sometimiento de nuestro país y esas hordas extrañas y fachungas. Insolidario contumaz, no caía en que el mundo es de todos, que hay que ser internacionalista y que no hay que mirar de dónde viene el que te da la hostia.
-Xenófobo rabioso, consideraba que todo nuestro espacio de las ondas y la fibra óptica estaba copado por empresas madrileñas. Rabiaba recorriendo el dial de radios y televisiones que vemos en Navarra y maldecía al ver que las emisoras en euskera estaban proscritas; que las españolas tuvieran tantas facilidades, mientras se cerraban o se negaban licencias a cualquier proyecto comunicativo indígena. ¡Puro fascismo el mío! La libertad de expresión no tiene límites y por eso la Radiotelevisión Española tiene derecho a ocupar nuestro aire. Fijarse en la lengua que usan, el discurso que emplean o el lugar de emisión de los medios es puro sabinianismo.
-Miraba la Universidad del Opus y la veía como una mafia traída por el franquismo dedicada a unas elites que luego se enquistan en nuestra tierra con un mensaje mesiánico, navarrero y españolizante. Y defendía el derecho a tener una universidad pública y autóctona en la que se pudiera aprender también en la lengua de los navarros. ¡Qué aldeanería la mía! Ignoraba que la universidad es universal, la cátedra libre y la docencia imparcial.
-Palurdo egoísta, miraba con odio a la burguesía francesa que está comprando, casa a casa, el Laburd y la Baja Navarra. Deseaba que se perdieran en la niebla los aviones ingleses que hacen de Zuberoa una colonia británica. Lamentaba ver cómo cada vez más los apellidos extraños ocupan los caseríos de Iparralde, mientras los de apellidos vascos tienen que vender y emigrar. Creía que eso respondía a una política de ocupación socapada en la libertad del mercado. Algo similar, aunque con guante blanco, a lo que hacen los rusos en Chechenia, los judíos en Palestina o los winkas en tierras mapuches. Ahora sé, gracias a los progres, que solo son emigrantes con recursos, y que fijarse en la lengua o los apellidos de los que vienen o se van es pura xenofobia.
-Hasta ahora defendía el derecho de los emigrantes a votar y a integrarse, pero los emigrantes que trasiega el hambre, no los derivados de la ocupación, fueran éstos militares, policías, funcionarios o políticos. Me preguntaba, tonto de mí, porqué, mientras muchos vascos no pueden hacerlo, 800 españoles pueden presentarse en las elecciones de Gipuzkoa y, sin embargo, los nacidos en Senegal o Marruecos no pueden votar. Y claro, gracias a los progres me he dado cuenta de que soy un racista, porque prefiero a los negros y a los moros (y a los vascos) antes que a los españoles.
-Por último, uno era amante del rebaño vasco, con sus ovejas lachas, sus ariscas cabras y sus cabrones, que de todo tenemos. Nuevas ovejas vinieron a pastar entre nosotros: negras, churras, merinas… y les dimos el ongi etorri. Simplemente dijimos que sobraban los lobos. Gracias a los progres sabemos que eso es racismo, que todo el mundo tiene derecho a pastar. En definitiva, que el lobo español es vegetariano.
Jose Mari ESPARZA ZABALEGI
Fonte: boltxe.info