Mal empezamos en la cuestión de las víctimas del conflicto cuando las reducimos sólo a las ocasionadas por ETA desde 1968. ETA es una expresión del conflicto y no su origen, por lo que comprimir la tragedia a las consecuencias provocadas por la organización que nació diez años antes de esa fecha es una manipulación. Memoricidio, según el argot más moderno.
Tampoco es de recibo reducir la responsabilidad del Estado español a cuatro excesos de funcionarios a sueldo y tapar, como es tendencia atávica, decenas, cientos de víctimas a las que se esconde bajo la alfombra para trampear la realidad. En algunos casos, además, se convierte una ejecución en un acto difuminado de enfrentamiento o de casualidad. Un ejercicio, por otro lado, dedicado a condimentar con perejil democrático otro memoricidio de signo similar al anterior.
Y no creo que sea de recibo partir del análisis que hace el Estado de tiempos, situaciones, espacios e, incluso, modos de matar y de morir. Si hasta ahora ese mismo Estado ha negado su evidencia, ¿va a cambiar de perspectiva de la noche a la mañana? La experiencia nos dice que, en la medida en que pueda -y para ello no importa quién esté en el poder- seguirá eludiendo responsabilidades. Le ha sucedido al PSOE, víctima en la guerra civil y del franquismo, que ha sustituido a los victimarios en la ocultación de la verdad de las épocas citadas en cuanto llegó a tener responsabilidad de gestión política.
El camino que debe hacer la sociedad vasca en el tema de las víctimas, según mi opinión, tiene que ser ajeno a los acotamientos que marca el Estado y en el que precisamente ha caído alguna de las asociaciones que han querido mostrar un perfil más neutral. La sociedad vasca debe tener su propia iniciativa y, para ello, rodearse de los instrumentos necesarios.
Iñaki EGAÑA, presidente da Euskal Memoria
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